Panem et circenses
Hubo un tiempo en el que apasionaba ver deporte en televisión, ahora tan sólo me gusta. Es un placer prescindible si se compara con el espectáculo de una puesta de sol (no, una puesta de sol no es cada día igual, como tampoco lo es un partido de fútbol). Este cambio de actitud se fraguó en una obviedad, un día descubrí que yo no soy quien marca los goles, sino Raúl o Ronaldinho, ni siquiera les doy los pases. Yo no pedaleaba subiendo el Tourmalet, sino Perico o Miguel. Por mucho que me esfuerce no llegaré a machacar una canasta, yo no soy Gasol. Aparte de este "gran" descubrimiento hubo otro no menos evidente: el equipo o deportista al que yo apoyaba no era, necesariamente, mejor que sus rivales y, si perdía, no se debía a la mala suerte ni al desastroso arbitraje (ese que siempre parece estar en contra de los nuestros y a favor del contrario). Así las cosas, los domingos perdieron cierto aliciente para mí, si veo cualquier acontecimiento deportivo disfruto, sin más, de la es...